Los dos nombres
Soy de la generación de los dos nombres propios. Recuerdo cuando se pasaba lista en las clases, tod o aquel repaso interminable por un santoral entremezclado sin ningún sentido lógico o eufónico. Muchos acudían a ese santoral del almanaque para complementar el nombre que ya estaba pensado antes de que el niño llegara al mundo, y en otros casos se acudía a familiares cercanos, a patrones de pueblo o a los famosos del momento. Durante años, casi he obviado mi segundo nombre. Por muchas causas. Me llaman por esos dos nombres mis familiares y algunos amigos de la infancia. También lo utilizo cuando viajo, cuando tengo que cumplimentar documentos oficiales o dar fe de que soy yo y no otro quien figura en el DNI o en el pasaporte. Mi segundo nombre es Alfredo. Bonito nombre, es cierto, si fuera único, si me llamara Alfredo, que era como me llamaba una de mis abuelas para diferenciarme de mi padre y de mi abuelo, los dos Santiago, como yo. Pero ese Santiago Alfredo que hasta l...