Rojo y Negro
Son
realmente los libros los que nos leen a nosotros. Nos preguntan, hacen que nos
respondamos, nos enredan con sus tramas, nos emocionan y nos permiten salir un
rato de este mundo. Curan la desesperanza, alientan las ilusiones, aceleran el
pulso como lo hacen los amores inesperados y con el paso del tiempo se acaban
confundiendo con nuestras propias vivencias. Un libro es un objeto sin ánima y
sin sentido hasta que no encuentra a alguien que le dé sentido a esos símbolos
que llamamos palabras. Una letra escrita es como un jeroglífico con mil
posibilidades de sueños imposibles. También los nombres que se escriben en los
libros terminan teniendo los ojos, las voces y los gestos que cada uno de
nosotros ha creado a medida que avanzaba en la lectura.
Una
novela es una aventura en la que nos descubrimos un poco más a nosotros mismos
y en la que vamos descubriendo mucho más de los otros humanos que nos rodean.
Quien lee no puede repasar su vida sin los títulos que han marcado su
existencia casi tanto como las vivencias que ha tenido. Mirando al pasado, casi
no hay diferencia entre lo que uno ha vivido y lo que ha leído, y en muchos
casos agradecemos mucho más a la vida el haber conocido a algunos protagonistas
de libros que a algunos seres humanos de carne y hueso con los que hemos coincidido.
Estos días he vuelto a Rojo y Negro. Regreso muchas veces a esa novela, pero no
lo había vuelto a hacer en el mismo lugar en el que la leí hace más de treinta
años. Soy escritor por esa novela. Hubo otras que me marcaron en aquellos
lejanos años y que me dejaron letraherido para siempre. Primero fue El Buscón
de Quevedo, luego Cien años de soledad de García Márquez y siempre Madame Bovary
de Flaubert, otra regreso inevitable cada vez que puedo; pero quizá porque uno
se veía reflejado en aquel joven que quería amar y vivir intensamente, la
novela que más me marcó fue la de Stendhal y, sin duda, Julián Sorel será
siempre ese personaje al que perseguir por las páginas de un libro y de la
propia vida. Treinta años después uno ya no tiene la misma edad que Julián y ya
ha vivido mucho más que él los avatares del destino, pero cuando relees su
vida, vuelves a sentirte el mismo joven que rehace todos los sueños así caigan
cien veces cada día. Es cierto que ya no somos los mismos cuando regresamos a
esos libros que nos cambiaron tanto nuestra propia biografía, pero sí que nos
seguimos reconociendo en las pasiones y en las aventuras. Stendhal abre uno de los capítulos de Rojo y Negro
recordando que la novela es como un espejo que uno va llevando por todos los
caminos. Así volvemos siempre a las novelas que nos marcaron. Así seguimos
buscando detrás de cada página. Por eso leemos, para sentirnos más vivos y para
tener más sombras y más compañía en ese camino que se va reflejando en alguna
eternidad que no concebimos.
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