Volver a Horacio

 

Estos días he vuelto a Horacio como quien regresa al útero materno. De Quinto Horacio Flaco nos hablaba mi tía Eladia García cuando nos daba clases de latín en el instituto. Ella ponía pasión y declinaciones para que entendiéramos un poco mejor la existencia; pero nosotros, como escribía Gil de Biedma, solo queríamos llevarnos la vida por delante y casi no le hacíamos caso. Ahora sí le agradezco a mi tía aquella insistencia, el eco de las sentencias latinas en las que ya estaban escritas las salidas de todos los laberintos humanos, y regreso, como quien arriba a un puerto seguro, al Beatus Ille y al Tempus Fugit que encaneció a aquel joven sin que apenas se diera cuenta.

Corren los barrancos que ya no van a dar al mar, que sigue siendo el morir manriqueño, sino a las presas, y uno escucha el sonido de la infancia en el retumbar de aquellas aguas que arrastraban todo lo que encontraban a su paso mientras mi tía repetía sus citas en el aula. El barranco corría junto al instituto en el que también escuchábamos el croar de las ranas en los estanques cercanos como lo escucharía Horacio escribiendo en el Tiber y habitando en los adentros de un aurea mediocritas que nunca morirá del todo (non omnis moriar) si se le canta a la vida.

 Mi tía murió hace ya unos cuantos años, pero nos queda el latín que se empeñó en enseñarnos a través de los poetas que leía, y ese eco, como el del agua que estos días sigue atronando en los barrancos, silencia todo ese ruido mediático en el que estamos cada vez más perdidos. Por eso regreso a la nieve, a los días en que veía nevar en ciudades lejanas que hice mías para siempre porque en ellas fui feliz y aprendí un poco más de la existencia. Viajar y leer también fueron consejos que nos repetían entre clases de griego, historia, literatura y latín, y en eso sigo, soñando con conocer más mundo, con poder viajar cuanto antes para no caer nunca en la tentación de lo absurdo. Aequan memento rebus in arduis servare mentem (Recuerda conservar la mente serena en los momentos difíciles). Lo escribió Horacio hace mucho tiempo. Horacio sabía que los arribistas seguirían apareciendo inevitablemente; pero cada uno debe saber lo que quiere para su vida y para su pensamiento. Carpe Diem.

 

 

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