Carpe Diem
Todo lo que no se cuenta se sueña.
Todo lo que no se ríe se termina pudriendo por dentro. No soporta a las
personas lastimeras. En la vida se puede elegir siempre entre dos caminos, en
cualquier circunstancia, suceda lo que suceda: el camino de las derrotadas y el
de quienes saben que solo tienen que seguir adelante con la mejor de las
sonrisas aunque duela el alma y no se alcance a ver ningún horizonte. Si
tenemos salud no caben lágrimas ni lamentos, así vive y así creo que ha tratado
de vivir todos los días de mi existencia.
La imagino como una superviviente,
alguien que un día lejano se marchó lejos y que ahora regresa buscando solo el
sosiego y la conciencia de que vive cada segundo de su existencia. Hablaba con
un hombre y le decía que una vez una amiga preguntó en una cena que si eran
felices. También les pidió que puntuaran entre el uno y el diez la felicidad
que sentía cada una de ellas. Se puso un ocho con setenta y cinco, casi un
nueve. Fue profesora de universidad y solía puntuar con sobresaliente a quienes
sacaban un ocho con setenta y cinco. Nunca puntuaba con un diez porque decía
que la perfección no existía. A veces ponía algunos nueves, pero casi siempre
elegía como nota más alta ese guarismo que ella también eligió para su vida.
Impartía clases de Crítica Literaria. No era una ciencia exacta sino una
asignatura interpretativa. A ella también le gusta mirar la vida como si fuera
una asignatura interpretativa.
Regresó a la isla después de vivir
lejos muchos años en varias ciudades que hizo suyas cuando transitaba por sus
calles. En la isla se parece a esas extranjeras excéntricas que veíamos llegar
cuando éramos niños a la playa de Las Canteras. Llevan varios días sentándose a
tomar el café en una mesa cercana a la mía. Escucho sus vidas como quien lee un
libro abriéndolo por cualquiera de sus páginas. Voy sabiendo de él y de ella,
pero me quedo con lo que ella cuenta y con los detalles de su biografía.
También con sus silencios. Los dos se quedaban mirando largo rato hacia el
horizonte, sobre todo cuando atardece y el cielo se vuelve anaranjado y vuelan
más bajo y más cerca las gaviotas. Una y otra vez retoman el tema del tiempo,
como si hablando de él lograran que no se escapara ni un solo segundo. Viven
tratando de que no se escape ni un solo segundo: se miran, sonríen, juntan sus
manos, toman despacio el café y no pierden detalle del océano. Yo creo que ella
sabe que los estoy mirando de soslayo y que también escucho todas esas teorías
de la existencia que solo conocen quienes han sabido vivir intensamente cada
uno de sus días y de sus noches. A lo mejor ni siquiera existen y yo los quiero
ver para escribir algo bello en medio de todo el ruido mediático de sucesos
sangrientos y latrocinios. Da lo mismo. Esas miradas sabias son las que alegran
la vida.
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